Diluir la personalidad en un grupo agresivo, hace que cada persona se identifique anónimamente con el resto del grupo, realizando cosas que de forma individual jamás haría. El propio comportamiento de deshace de valores, principios o costumbres, incrementando exponencialmente la brutalidad de un conjunto. El cúmulo de personas con una finalidad o identidad común, se convierte en un único barril de pólvora que estalla descontroladamente ante una chispa. Incluso en aquellas concentraciones sin una finalidad reivindicativa, como un concierto, puede, en cuestión de minutos, transformarse en una catástrofe natural potencialmente autodestructiva.
El ser humano solo es independiente, solitario, “antinatural”.
El ser humano en grupo es social, necesario y dependiente de una estructura de la que se vale para sobrevivir y para la que aporta un beneficio.
El ser humano en masa, deja de ser humano para convertirse en un “ser”. Pierde de vista su yo para formar parte de un conjunto “nosotros” que admite no ser identificado. Se torna primitivo, instintivo, animal.
En el momento en que sobrevive a dicha masa, su “yo” le devuelve con creces cada una de las acciones realizadas anónimamente: el aprendizaje social, los principios, valores, creencias y la empatía hacen de cada persona moralmente responsable de haber perdido el control del propio “ser”. Este síndrome del “verdugo emocional” crece de forma inversamente proporcional a las consecuencias recibidas mientras formaba parte de la masa: es decir, si en una batalla, un soldado mata a otro, cuando vuelve a la realidad de su vida desarrollará el TEPT[1] inclinadamente a la culpabilidad (“¿cómo he sido capaz?”), mientras que si el mimo soldado, durante la misma batalla perdió una pierna, este TEPT se sentirá en parte disculpado (“todos hemos perdido”) y su tendencia se inclinará hacia la autocompasión (“preferiría haber muerto a quedarme sin pierna y con estas pesadillas”).
Esta carencia de identificación individual, bien conocida desde hace siglos, son las que rigen el uso de un uniforme y características comunes que, sumadas a unos principios que se repiten incesantemente en tiempos de guerra, el miedo y el estrés, hacen de cada soldado una máquina letal capaz de entregar su vida o su alma, y de cada batallón, un arma de destrucción masiva que arrasa con todo lo que alcanza.
La masa es un ente de vida limitada que descarga toda su energía en un corto espacio de tiempo y que, de sobrevivir más de lo necesario, muere lentamente por necrosis de cada uno de los elementos de su estructura. Cada persona llega a la línea de su máximo aguante, a partir de la cual, se asfixia por la perpetua pérdida de identidad. Los que se mantienen rebasado este punto, tienen una muy dura tarea para encontrar el camino de regreso a su “ser”: algunos no logran recuperarlo y otros, no resisten el camino.