7 de agosto de 2011

Castración química ¿liberación o castigo?

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La castración es la acción de controlar la líbido masculina. En un principio, este control ser realizaba “matando” la virilidad a través de la extirpación testicular, lo cual, debido a la asepsia y brutalidad de la forma de realización, podía incluso acabar con la vida del castrado. Posteriormente, la castración quirúrgica lograba garantizar la vida y salud física del intervenido, pero no así su salud mental ya que la pérdida de genitales producía graves secuelas psicológicas. 

Hoy, lo que llamamos castración ya no es un desprendimiento físico, sino el control funcional del impulso sexual masculino: lo que conocemos como “castración química” nace 1946 a raíz de un tratamiento para impedir la reproducción del cáncer de próstata mediante la supresión de la testosterona. Es un método indoloro que actúa sobre la hipófisis, inhibiendo la producción de testosterona y en el que las consecuencias, tanto físicas como psicológicas, se minimizan. Podemos diferenciar tres formas de castración química en función del fármaco empleado:
-       Ciproterona: administración mediante comprimidos de toma diaria
-       Leuprorelina o acetato de leuprolide: su administración se realiza a través de una inyección mensual
-       Depo Provera: administración a través de una inyección semestral, y es la más conocida y utilizada. Su base es la progesterona sintética (acetato de medroxiprogesterona), utilizada como método de control de la fertilidad femenina o de regulación hormonal. Los principales efectos que la Depo Provera produce en los hombres son:
o   Disminución de la intensidad y frecuencia de los impulsos sexuales
o   Bloqueo de la irrigación de sangre al pene evitando la erección
o   Imposibilita la obtención del orgasmo y la eyaculación
Además de los efectos primordiales, cabe mencionar que entre los secundarios más frecuentes destacan la disminución y pérdida de vello facial y corporal, la redistribución de grasa en el cuerpo y el desarrollo de las características femeninas de la persona.

Todo y la reducción del trauma que pueda resultar de la clásica castración, la opción química se sigue cuestionando desde el punto de vista ético y farmacológico ya que no es un tratamiento totalmente efectivo: reduce el deseo sexual, pero no funciona en el 100% de los casos. El resultado depende, en gran medida, de la psiquis del paciente y de su edad: pacientes jóvenes, aún sometidos a este método, podrían manifestar interés sexual y revertirlo con la ingesta del sildenafil (conocido por su nombre comercial de Viagra). Con lo que, para que resulte efectivo,  su uso ha de limitarse al de elemento coadyuvante en el tratamiento de los delincuentes sexuales que deseen su incorporación al mismo.
Al debate que recae sobre esta voluntad de decidir su incorporación o no como un elemento más del tratamiento, se le suma el hecho de que, una vez admitida su eficacia en el contexto del tratamiento y su inclusión en el mismo, las posibilidades legales y éticas que tienen las autoridades para actuar sobre delincuentes violentos que han finalizado su pena no tienen un límite claro que permita el seguimiento o control de cada caso en particular.
Dado que la experiencia nos muestra que tras cada caso hay una persona con características y factores de facilitación de la recaída, la psicología criminal desarrolla continuamente técnicas de valoración de riesgo futuro de violencia para poder sopesar y poner en conocimiento los riesgos de forma dinámica e individualizada para cada individuo y poder de esta manera, proponer formas de tratamiento adaptadas a las necesidades de cada caso. Pero estos métodos de tratamiento individualizado de poco sirven para actuar ante los delincuentes (o exdelincuentes) con elevados índices de riesgo de reincidencia violenta: los violadores, los pederastas, los agresores domésticos, así como secuestradores y homicidas comparten la característica de que sus hábitos delictivos no son fácilmente modificables.
La naturaleza de ciertos desvíos psicosociales hace que se precise de un gran esfuerzo por reconducir las conductas de vuelta a la aceptación de vivir en una estructura social concreta. Alguien dijo que abusar de un menor, por el hecho de enmarcarse en una sociedad que lo acepta como un hecho natural, no es menos importante o más justificable. Pero lo cierto es que la sociedad se construye de forma que mantenga un equilibrio y cada comunidad  mantiene su punto de equilibrio en una posición diferente de su estructura. Las normas y las leyes defienden esta forma de sustento y lo que se sale de estos márgenes, merece ser expulsado a riesgo de que desequilibre la paz moral que nos identifica. Pero a la persona que se desvía, se le da la oportunidad de reincorporarse y se le dan las herramientas para que pueda hacerlo: es elección de esta persona decidir si quiere o no luchar en contra de su naturaleza y sus impulsos. Los que el permanecer integrado y aceptar y alimentar la necesidad de realizar actos rechazables son los que llamamos “delincuentes irreincorporables” y son aquellos que no se pueden reinsertar de forma natural por dos únicos motivos: por un trastorno que en su punto de auge, requiere de ayuda para ser controlado, o porque en realidad no quieren cambiar sus hábitos. No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.
El futuro de la lucha contra la delincuencia violenta se ha de centrar entonces  en la prevención de su desarrollo mediante  de la gestión del riesgo de violencia en aquellos individuos con serios antecedentes violentos y especialmente en aquellos que resulten identificados como de alto riesgo. El control de la protección grupal se ha de realizar centrado en un problema desde la perspectiva colaborativa  de diferenets agentes sociales (penitenciarios, servicios sociales, los agentes sanitarios…) para continuar con la tarea  de reconducir a los agresores reincidentes a aceptar la manera de continuar en esta sociedad, procurando evitar una posible recaída. Su papel es fundamental para dar el soporte necesario y fidelizar la administración continuada del Depo Povera hasta donde sea necesario.
Pero claro, ya fuera del tutelaje legal, ¿Quién decide que deja de ser necesaria la administración de este fármaco para evitar una recaída? ¿Quién dice que es necesaria fidelizar esta administración para asegurar el mantenimiento de la integridad personal ante los posibles factores de recaída? ¿Quién decide finalmente que administrar una castración química perpetua asegura el fin del monstruo como  impulso sexual primitivo y primario?
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1 de agosto de 2011

OPTOGENÉTICA: Evolución del control Psiconeuronal

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OPTOGENÉTICA: ciencia tecnológica que combina la genética y la óptica para el control de estímulos bien definidos dentro de células específicas del tejido vivo.

En 1979 Francis Crick[1], entonces profesor de biología en la Universidad de San Diego, abre las puertas al descubrimiento de una evidente necesidad y un objetivo neurocientifico: el control de tipos específicos de células sin alterar al resto. Crick habla de precisión en el control neuronal.



La historia de los tratamintos en neuropsicopatía ha evolucionado espectacularmente en el último medio siglo, desde el uso de la estimulación eléctrica (tratamiento basado en pequeñas descargas, cuyos resultados son rápidos e instantáneos aunque muy imprecisos y elevadamente peligrosos en los casos de mayor intensidad o tratamiento de choque) hasta la espectacular trayectoria de la psicofarmacología, los efectos de la cual son más precisos que en el caso anterior por lograr discriminar neurotransmisores, no tanto así de células o estructuras cerebrales y además, sus efectos precisan un período de tiempo más prolongado para lograr resultados deseados. El último intento por lograr este control de precisión viene de la mano de los tratamientos con ímputs de luz, en tanto la estimulación deliberada es mucho más precisa y controlable, pero por el contrario, no se conocían estrategias para diferenciar (y menos aun controlar) células específicamente sensibles a estos imputs de luz.

En los últimos cuarenta años, los biólogos, trabajando en esta úlitma linea, descubren la existencia de ciertos microorganismos que producen proteínas caracterizadas por un conjunto de genes “opsina”, y que regulan directamente el flujo de cargas eléctricas en torno de las membranas celulares en respuesta a ciertos estímulos de luz visible.

En 1971, Walther Stoeckenius y Dieter Oesterhelt (Universidad de California, San Francisco) descubren una de esas proteínas: Bacteriorhodopsina, que actúa como componente único de un detonador iónico que puede ser activado por breves protones emitidos por una luz verde procedente de una máquina molecular específica.  Se tardaron 26 años en identificar otra proteína de la misma familia: en 1997 se identifica la Halorhodopsina y en 2002 la Channelrhodopsina. Gracias a estos hallazgos y a las posibilidades que estos estudios avecinaban, en el verano del 2005 nace una nueva tecnología científica fundamentada en la base de los genes microbianos “opsina”: nace la Optogenética.

El reconocimiento de la Optogenética como ciencia se traduce en el  descubrimiento e inserción de genes en las células para conferirlas, más allá de la capacidad discriminativa a la luz, tecnologías asociadas para el estudio de los imputs de luz profunda en organismos más complejos (mamíferos) para orientar esta fotosensibilidad a células de interés, y poder evaluar los efectos de este control óptico. De este modo, se logra una mayor precisión en la estructural funcional del cerebro, permitiendo el avance en estudios para su aplicabilidad en patologías como el Parkinson,  la ansiedad, trastornos de la alimentación y adicciones varias entre otras muchas posibilidades.

En estos últimos meses, la Universidad de Standford ha hecho público un estudio de optogenética en el que se abre la puerta a su uso para el control de desórdenes de comportamiento social, como los presentes en el autismo y la esquizofrenia. Tras descubrir que ciertas exposiciones a la luz puede regular el incremento o disminución de la agresividad en ratones, este  estudio, realizado también con roedores, parece haber encontrado el “interruptor” para activar o desactivar comportamientos sociales. La hipótesis de que estos efectos podrían ser ampliables a cerebros estructuralmente más complejos, se basa en la convicción de que los déficits de comportamiento social están estrechamente vinculados a la excitabilidad nerviosa de ciertas células y su inhibición a través de fotones.

Durante los experimentos, tras estudiar los patrones regulares de ondas gamma en el trascurso de contacto social de cerebros afectados de esquizofrenia y autismo, y su patrón equivalente en roedores, se aplicó bioengeniería optogenética sobre las células nerviosas de zonas cerebrales responsables de las conductas sociales de ciertos roedores, con diferentes frecuencias de luz que produjeran el sesgo en dicha actividad neuronal. En la inclusión de estos roedores en contacto social, y mediante su comparativa con un grupo de control, encontraron que al aumentar la excitabilidad neuronal del grupo optogenéticamente modificado, éstos mostraban repentinamente una importante conducta antisocial y una oscilación del patrón de ondas gamma sin precedentes en estos sujetos. Al reestablecer el equilibrio de la excitabilidad, la conducta social de estos ratones se reestableció de forma casi instantánea.

 
Con estos avances, la neurociencia da un paso hacia la fucnionabilidad en el interior de circuitos y mecanismos de acción de intervenciones terapéuticas, incluso, como ya se ha comentado, en el caso de  adiciones varias. Pero hay una diferenta en el caso de las adiciones: el foco de la optogenética en estos casos se centra en la acción de la dopamina en los centros de sensación de recompensa y placer. Es decir, el uso de un condicionamiento clásico avanzado adaptado a través de la neurociencia para la desvinculación placentera de drogas, alcohol, acciones autodestructivas y autolesivas. 

La optogenética, como ciencia precisa y avanzada, no puede estar exenta de “peros” y sus riesgos son evidentes: Siendo posible este control de emociones placer-repulsión para la desvinculación de acciones, también es posible su uso para crear vínculos de nuevas conductas que antes parecían inviables. Es posible crear sensaciones como gusto, necesidad, evitación, repulsión, placer, adicción… y por repetición y vinculación a estas, llegar a generar las más básicas de las emociones conocidas: miedo (algo nos produce gran malestar), ira (algo nos irrita), alegría (algo nos genera placer), aversión (algo no nos gusta), sorpresa (algo nos desconcierta) y tristeza (sentimiento de soledad y abandono: necesidad de vinculación social).

La neurociencia, universo de posibilidades en el estudio de acción y reacción del cuerpo y comportamiento humano, se  enfoca ahora en la fotografía de una nueva ciencia capaz de discriminar qué hacer con qué partes del cerebro. Se nos avecina el aperitivo de un nuevo futuro en el conocimiento y control material de seres vivos cuyo precio, como con cada avance, es la pérdida de una porción de libertad. La responsabilidad de este futro queda en manos de la ética que pone límites a la decisión que hoy conocemos. El poder de evolucionar a cambio de la libertad de decidir si queremos (o nos consideramos capaces) de poder decidir.



[1] Francis Harry Compton Crick  (8 de junio de 1916 - 28 de julio de 2004) fue un físico, biólogo molecular y neurocientífico británico, conocido sobre todo por ser uno de los dos descubridores de la estructura molecular del ADN en 1953, junto con James D. Watson.
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